La nota que se copia a continuación fue elaborada por el diario La Capital de Rosario el 6 de mayo del 2012 y firmada por Silvina Dezorzi
Saladillo resiste. El
nuevo Plan Urbano, todavía en elaboración y que deberá refrendar el Concejo
Municipal, será el instrumento normativo que permitirá regular todos los
anillos y áreas perimetrales de la ciudad aún no abordados en la primera etapa.
En esa compleja extensión figura el Cordón Perimetral Sur, dentro del cual se
ubica el barrio Saladillo, uno de los que muestra (y esconde) la mayor cantidad
de casonas de valor patrimonial: nada menos que 120 candidatas a ser
catalogadas
Y hay un plus, gracias a que el sur sufrió menos “presión por la especulación inmobiliaria” que el centro o el norte y a que “existe una fuerte ligazón identitaria con el barrio”, las construcciones revelan, en general, un respetable nivel de preservación. Un tesoro cultural y turístico que merece ser explotado.
Y hay un plus, gracias a que el sur sufrió menos “presión por la especulación inmobiliaria” que el centro o el norte y a que “existe una fuerte ligazón identitaria con el barrio”, las construcciones revelan, en general, un respetable nivel de preservación. Un tesoro cultural y turístico que merece ser explotado.
Según explicó la
titular del Programa Municipal de Preservación y Rehabilitación del Patrimonio,
María Laura Fernández, una comisión integrada por distintas áreas municipales e
instituciones (como el Concejo, la Facultad de Arquitectura y colegios
profesionales) trabaja por estos días para consensuar criterios tendientes a
definir el segundo tramo del Plan Urbano, que planteará un “marco normativo”
para el futuro de la ciudad. Los ediles, luego, deberán aprobarlo.
El presidente de
la comisión de Planeamiento del Concejo, Jorge Boasso, anticipó que aunque “se
avanza sin plazos porque el objetivo es generar el mayor consenso posible y
llegar a un plan integral”, la expectativa es poder debatirlo en el recinto
este mismo año.
Esta segunda
formulación del plan apunta a todos los sectores que no forman parte del área
central ni del primer anillo perimetral, que ya cuentan con su propia
normativa. Eso incluye nada menos que todo el resto de la ciudad.
Entre los múltiples
y medulares aspectos que aborda, figura elaborar un nuevo catálogo de inmuebles
de valor patrimonial, así como definir áreas de protección histórica y otras de
preservación
ambiental.
Para eso, el
programa ya realizó su propio relevamiento de inmuebles candidatos a recibir
una especial defensa arquitectónica. Según detalló el técnico Germán Stoffel,
Saladillo quedó incluido en el marco del Cordón Perimetral Sur.
Así, en el sector
comprendido por Lamadrid (al norte), el río (este), Centenario (sur) y San
Martín (oeste), se relevaron 120 propiedades “sujetas a su potencial
incorporación dentro del programa”.
La directora del
área dio precisiones. Por ejemplo, que todo el trayecto de avenida del Rosario
hasta San Martín se propone como “área de protección histórica”, así como el
conjunto de Las Heras (fuera de Saladillo). Y la calle Bermúdez, esa sí ubicada
en el barrio, se plantea a su vez como “área de preservación ambiental” por su
impacto paisajístico sobre la trama urbana.
Sin pretensiones
de exhaustividad, La Capital hizo su propio recorrido. Las elecciones recayeron
sobre avenida del Rosario, Bermúdez, Salvá y Arijón.
Basta arrancar por
la primera avenida para llegar a la primera mansión, a la altura del 698 bis,
medianamente conservada aunque el jardín no se vea tan parquizado. “Está como
era originalmente, sólo tuvimos que hacer arreglos para poder habitarla”,
cuenta Ricardo Maestri, hijo del dueño, Rubén, quien la adquirió a “un inglés
hace 20 años”.
Unas cuadras más
allá, el 100 bis reúne dos de las casonas más imponentes y antiguas del
corredor. Una lleva el nombre de Villa María Eloísa, enorme construcción de dos
pisos levantada en 1870 por el médico Florentino Loza como vivienda familiar.
La otra se ubica
exactamente enfrente, al 135 bis. Con más de dos mil metros cuadrados de parque
y construida en 1908 con reminiscencias francesas, fue por décadas la
residencia de una familia de alemanes, los Meyers.
La historia la
conoce al dedillo Eduardo Laborde, nieto de Florentino, que heredó de su
familia Villa María Eloísa y en los 60 compró, “sólo por gusto”, la vieja
casona que pertenecía a los Meyers, hacendados de la zona. Años después
funcionó como geriátrico y hoy está cerrada y en alquiler. Piden apenas 20 mil
pesos.
Parado en la
puerta de Villa María Eloísa, Laborde recuerda que su abuelo levantó la casa de
ocho cuartos, balcón y un parque de dos mil metros para vivir con sus cuatro
hijos. La edificación mantiene todos sus rasgos originales y si bien nunca
recibió ni solicitó pedidos de ayuda para el mantenimiento, el hombre admite
que “los impuestos para sostener la casa son altísimos”.
Influencias. Los
rastros de la arquitectura inglesa en la zona se ven por ejemplo en la casa de
avenida del Rosario 163 bis, cuyo dueño desde 1986, Roberto Cirulli, se ocupa
en persona de los arreglos. De hecho, mientras pinta las rejas del frente
cuenta que la propiedad perteneció “a un inglés de apellido Willis, un
personaje importante del frigorífico Swift”.
Fue ese inglés
quien levantó la casa como su propia residencia en 1930. Desde entonces, pocos
cambios se le hicieron. Cirulli detalla que adentro “está toda original” y
“sólo las tejas rotas por la pedrada, importadas, debieron cambiarse por techos
de chapa, que también responden al estilo”.
Por la misma
avenida, las casas de valor patrimonial se reparten sobre una y otra vereda.
Con mayor o menor grado de preservación e intervenciones más o menos felices.
Algún que otro
engendro hay, para qué negarlo. Por ejemplo, por otra calle del barrio, una
casa con aires Tudor muestra la fachada literalmente partida: cada dueño se
armó un chalecito “a piacere”.
Casas antiguas,
interesantes, bellas, con frondosos espacios de servidumbre de jardín, hay
muchas por cuadra: quintas criollas o con aires italianos, franceses o
ingleses, por calles como Salvá, Sánchez de Bustamante, General Paz y, por
supuesto, Arijón.
En esa última
avenida, nuevamente las mansiones no pasan inadvertidas. Es el caso de un par
de casas a la altura del 400; de otra centenaria y deshabitada en Arijón 222,
cuyo nombre de “Villa ...” apenas se adivina por la caída de mampostería; y de
varias sobre la cuadra del 100.
Entre esas destacan
la del 118, con un desvencijado Polara amarillo plantado en medio del parque;
el Saladillo Club, de 1910; la bella casa con aires decó del Sindicato de la
Carne y tres ineludibles mansiones a la altura del bis: una remodelada con
reminiscencias Tudor; Villa Regina, en el 81 bis, y por supuesto Villa Fausta,
la casa de campo bautizada como la esposa de Arijón.
Hoy Casa de la
Cultura Arijón, el inmueble tuvo antes destinos increíblemente dispares: en los
40 fue residencia de la familia Cassarino (que la donó a la provincia) y luego
escuela de cadetes de la policía, cuartel de bomberos, centro de protección al
menor y hasta cárcel de menores. El pasado no opacó su belleza y desde 1995 es
“patrimonio histórico y cultural de la ciudad”. Se trata del único de los seis
solares veraniegos construidos por Arijón que aún queda en pie.
San Martín (oeste),
se relevaron 120 propiedades “sujetas a su potencial incorporación dentro del
programa”.
La directora del
área dio precisiones. Por ejemplo, que todo el trayecto de avenida del Rosario
hasta San Martín se propone como “área de protección histórica”, así como el
conjunto de Las Heras (fuera de Saladillo). Y la calle Bermúdez, esa sí ubicada
en el barrio, se plantea a su vez como “área de preservación ambiental” por su
impacto paisajístico sobre la trama urbana.
Sin pretensiones
de exhaustividad, La Capital hizo su propio recorrido. Las elecciones recayeron
sobre avenida del Rosario, Bermúdez, Salvá y Arijón.
Basta arrancar por
la primera avenida para llegar a la primera mansión, a la altura del 698 bis,
medianamente conservada, aunque el jardín no se vea tan parquizado. “Está como
era originalmente, sólo tuvimos que hacer arreglos para poder habitarla”,
cuenta Ricardo Maestri, hijo del dueño, Rubén, quien la adquirió a “un inglés
hace 20 años”.
Unas cuadras más
allá, el 100 bis reúne dos de las casonas más imponentes y antiguas del
corredor. Una lleva el nombre de Villa María Eloísa, enorme construcción de dos
pisos levantada en 1870 por el médico Florentino Loza como vivienda familiar.
La otra se ubica
exactamente enfrente, al 135 bis. Con más de dos mil metros cuadrados de parque
y construida en 1908 con reminiscencias francesas, fue por décadas la
residencia de una familia de alemanes, los Meyers.
La historia la
conoce al dedillo Eduardo Laborde, nieto de Florentino, que heredó de su
familia Villa María Eloísa y en los 60 compró, “sólo por gusto”, la vieja
casona que pertenecía a los Meyers, hacendados de la zona. Años después
funcionó como geriátrico y hoy está cerrada y en alquiler. Piden apenas 20 mil
pesos.
Parado en la
puerta de Villa María Eloísa, Laborde recuerda que su abuelo levantó la casa de
ocho cuartos, balcón y un parque de dos mil metros para vivir con sus cuatro
hijos. La edificación mantiene todos sus rasgos originales y si bien nunca
recibió ni solicitó pedidos de ayuda para el mantenimiento, el hombre admite
que “los impuestos para sostener la casa son altísimos”.
Influencias. Los
rastros de la arquitectura inglesa en la zona se ven por ejemplo en la casa de
avenida del Rosario 163 bis, cuyo dueño desde 1986, Roberto Cirulli, se ocupa
en persona de los arreglos. De hecho, mientras pinta las rejas del frente
cuenta que la propiedad perteneció “a un inglés de apellido Willis, un
personaje importante del frigorífico Swift”.
Fue ese inglés
quien levantó la casa como su propia residencia en 1930. Desde entonces, pocos
cambios se le hicieron. Cirulli detalla que adentro “está toda original” y
“sólo las tejas rotas por la pedrada, importadas, debieron cambiarse por techos
de chapa, que también responden al estilo”.
Por la misma
avenida, las casas de valor patrimonial se reparten sobre una y otra vereda.
Con mayor o menor grado de preservación e intervenciones más o menos felices.
Algún que otro
engendro hay, para qué negarlo. Por ejemplo, por otra calle del barrio, una
casa con aires Tudor muestra la fachada literalmente partida: cada dueño se
armó un chalecito a piacere.
Casas antiguas,
interesantes, bellas, con frondosos espacios de servidumbre de jardín, hay
muchas por cuadra: quintas criollas o con aires italianos, franceses o
ingleses, por calles como Salvá, Sánchez de Bustamante, General Paz y, por
supuesto, Arijón.
En esa última
avenida, nuevamente las mansiones no pasan inadvertidas. Es el caso de un par
de casas a la altura del 400; de otra centenaria y deshabitada en Arijón 222,
cuyo nombre de “Villa ...” apenas se adivina por la caída de mampostería; y de
varias sobre la cuadra del 100.
Entre esas, se
destacan la del 118, con un desvencijado Polara amarillo plantado en medio del
parque; el Saladillo Club, de 1910; la bella casa con aires decó del Sindicato
de la Carne y tres ineludibles mansiones a la altura del bis: una remodelada
con reminiscencias Tudor; Villa Regina, en el 81 bis, y por supuesto Villa
Fausta, la casa de campo bautizada como la esposa de Arijón.
Hoy Casa de la
Cultura Arijón, el inmueble tuvo antes destinos increíblemente dispares: en los
40 fue residencia de la familia Cassarino (que la donó a la provincia) y luego
escuela de cadetes de la policía, cuartel de bomberos, centro de protección al
menor y hasta cárcel de menores. El pasado no opacó su belleza y desde 1995 es
“patrimonio histórico y cultural de la ciudad”. Se trata del único de los seis
solares veraniegos construidos por Arijón que aún queda en pie.
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